Días pasados comentaba con mis
compañeros de Psicología sobre algunos avances recientes en neurociencia. Por
una u otra cosa, se me hizo difícil sentarme a escribir y redondear algunas ideas,
pero lo del Toxoplasma gondii merecía
un post especial, aunque más no fuera para ilustrar el modo en que algunos
parásitos pueden modificar la conducta humana y animal (distinción que no
comparto, dicho sea de paso). Si te gustan las películas de ciencia ficción podríamos
empezar por ahí. Muchos hemos visto
alguna que otra película de zombies.
Como sucede en todas las cosas, el mito de los
zombies ha ido cambiando con el correr del tiempo. Ya no se trata de muertos
vivos, técnicamente hablando, sino de infectados como en “28 días después” o en
“Soy leyenda”, ambas películas estrenadas en 2007.
Si bien estamos hablando de
diferentes formatos, confieso que la novela de Matheson (1954) me atrapó más que la película
homónima, porque el protagonista, más allá de pelear por su supervivencia,
intenta comprender un mundo nuevo plagado de seres aterradores. A pesar de su
escasa formación académica, éste comienza a leer libros de biología y
psicología para poder explicar los síntomas de los zombies. Sorprende la forma
en la que el protagonista va dando cuenta del progreso de sus descubrimientos,
forma que se asemeja mucho a la tarea de un investigador.
Tambien, se
me viene a la mente uno de los capítulos de la serie “Viaje a las estrellas”,
en el que los personajes se volvían más sugestionables por la infección de una
especie de gusano que se introducía en el cerebro a través del oído. O los
Goa'uld de Stargate, una raza de parásitos con forma de serpiente que se
introducían por el cuello, y una vez alojados en la columna vertebral tomaban
el control del sistema nervioso central con el objetivo de dominar la galaxia.
Y aunque los parásitos de la vida real no compartan esos mismos objetivos (por
lo menos, hasta donde sabemos ...), muchos sí son capaces de controlar la
mente. Lo creas o no, muchas personas de la vida real podemos ser infectados
por estos seres microscópicos de un modo más sutil que la anguila Ceti de
“Viaje a las estrellas”, los Goa'uld de “Stargate” o las bacterias de la novela
“Soy leyenda”.
Según estimaciones del
biólogo evolutivo Jaroslav Flegr, una de cada tres personas en el mundo
estarían infectadas por Toxoplasma gondii
(T.g.), un parásito cuyo hospedador
principal es el gato (en general, los felinos). Otros animales terrestres (ratones),
acuáticos y aéreos son utilizados como meros intermediarios para “llegar” al
gato, en cuyas células intestinales se produce la reproducción sexuada del
parásito y la posterior eliminación de las formas infectivas a través de sus
heces.
La gran estrategia de supervivencia del T.g. consiste en evadir el sistema inmunológico de los hospedadores
intermediarios mediante una rápida modificación de su forma (y
consecuentemente, de su expresión antigénica) para llegar, preferentemente, a
los músculos y al cerebro.
Una vez allí, el sistema inmune es incapaz de
actuar. Para la célula infectada quedan dos opciones: disparar el proceso de
apoptosis (muerte programada) o dejarse parasitar. Bueno, en realidad la
decisión la toma el T.g. al
interferir el proceso de apoptosis y competir luego por los nutrientes con la
célula infectada. Desde luego, el metabolismo y la función de estas células
infectadas operan ahora de un modo diferente al de una célula normal. Imaginemos
lo que podría suceder en una infección crónica del cerebro por T.g.. ¿Están pensando lo mismo que yo?
Sí, existe la posibilidad de que algunos desórdenes mentales humanos puedan ser
causados por parásitos como el T.g..
Pero acá viene lo mejor. Hace ya unos años me encontré con un artículo de
Sapolsky, neurocientífico de la
Universidad de Stanford que me dejó pasmado. Tal vez, ahí comprendí
que la manipulación de la conducta no era una invención de Pavlov, Watson , Skinner
o de algunos autores de ciencia ficción , sino de los parásitos (virus,
protozoos, etc).
Sapolsky había comprobado en su laboratorio, que ratones
infectados con T.g. perdían el miedo
a los gatos, o mejor dicho a su orina, un comportamiento diametralmente opuesto
al del grupo control (ratones no infectados). Mientras estos últimos evitaban pasar
por las zonas del laberinto impregnadas con orina de gato, los ratones
infectados parecían indiferentes a dicho olor.
De más está decir que ninguno de
estos animales sabe lo que es un gato, ya que han sido criados en cautiverio. La
aversión que tienen hacia la orina es una conducta innata (no aprendida), como
lo es la atracción sexual entre machos y hembras de una misma especie mediada
por sustancias químicas, salvo que en uno y otro caso participan moléculas de
diferente estructura y reactividad. Mientras las feromonas de la hembra ratón estimulan
la atracción del macho, las kairomonas presentes en la orina de gato provocan
la huída de los ratones.
¿Hasta que punto podríamos decir que estos ratones de
laboratorio son libres de tomar ciertas decisiones? ¿Y nosotros? Dejando de
lado cuestiones filosóficas como las del libre albedrío, los ratones infectados
del experimento de Sapolsky habían perdido la capacidad de responder al
estímulo de las kairomonas de gato. El siguiente objetivo era determinar que
áreas del cerebro de los ratones habían sido infectadas y alteradas por el T.g.
Pistas sobre cómo estos parásitos afectaban a los ratones parecían provenir de
varias observaciones.
En primer lugar, la densidad de los quistes de T.g. en la
amígdala cerebral era casi el
doble que en otras estructuras cerebrales involucradas en la percepción del
olor. Dicha estructura se ha relacionado con la ansiedad y la sensación de
miedo.
En segundo lugar, el genoma de T. g. contiene dos
genes relacionados con otros genes de mamíferos implicados en la regulación de
la dopamina, un neurotransmisor asociado con la recompensa y las señales de placer en
el cerebro, incluso en el nuestro. Así que tal vez T. g. haría que las actividades suicidas, tales como el merodear
por lugares frecuentados por gatos, resultasen más placenteras para los ratones
infectados.
De esta manera, la
manipulación mental del T. g. estaría orientada a regresar al vientre
de un gato, el único lugar donde se puede reproducir de forma sexuada.
¿Suena
descabellado, no?, pero es real. Tan real como las hormigas que al ser
infectadas por un parásito llamado Dricocoelium suben a lo más alto de la
hierba, en donde la probabilidad de ser tragadas por una señora vaca (diría mi
nietito) aumenta considerablemente. De todos modos, no creo que
una hormiga sea, precisamente, el mejor ejemplo de una mente difícil de
manipular, así que podemos pasar a un caso un poco más complejo.
Hay un
parásito llamado Sacculina granifera
que infecta el cuerpo de un cangrejo macho y secreta unas hormonas feminizantes
que lo hacen comportarse como si fuera una hembra. El cangrejo se dirige hacia
la arena, hace un agujero y adopta la posición de expulsar larvas. Claro que
las únicas larvas que salen son las del parásito.
Cerrando la lista de
ejemplos, podríamos mencionar la hipótesis, aún no comprobada, que relaciona la
esquizofrenia con nuestro conocido T.g..
Los resultados obtenidos hasta la fecha, como la presencia de anticuerpos anti-Toxoplasma gondii en pacientes
esquizofrénicos, de síntomas de tipo esquizofrénico en la infeccion aguda por T.g., el hallazgo de dos “rutas”
fisiopatológicas interexcluyentes que desencadenarían, en unos casos, artritis
reumatoidea y en otros, esquizofrenia, lo cual, de paso explicaría que sean
padecimientos que no suelen presentarse simultáneamente en una misma persona, y la acción antitoxoplasma in vitro de los medicamentos antipsicóticos parecerían
apuntar en esta dirección.
Sin embargo, no debe perderse de vista de que algunos virus como el citomegalovirus, el herpes simplex tipo II, el herpes virus tipo VI y los retrovirus endógenos humanos también presentan tropismo hacia el cerebro, de modo que la disposición a esta enfermedad podría deberse a diferentes agentes físicos, genéticos o infecciosos.
No me sorprendería que con el tiempo encontráramos otros organismos capaces de alterar nuestra neurobiología de manera similar al T. g., parásitos de los cuales no tenemos ni siquiera noción de que existen y que pueden mover los hilos del reino animal. Después de todo, algunos parásitos podrían haber evolucionado para influir mentalmente sobre nosotros como parte de una estrategia de supervivencia, a menos que seamos ingenuos.
Sin embargo, no debe perderse de vista de que algunos virus como el citomegalovirus, el herpes simplex tipo II, el herpes virus tipo VI y los retrovirus endógenos humanos también presentan tropismo hacia el cerebro, de modo que la disposición a esta enfermedad podría deberse a diferentes agentes físicos, genéticos o infecciosos.
No me sorprendería que con el tiempo encontráramos otros organismos capaces de alterar nuestra neurobiología de manera similar al T. g., parásitos de los cuales no tenemos ni siquiera noción de que existen y que pueden mover los hilos del reino animal. Después de todo, algunos parásitos podrían haber evolucionado para influir mentalmente sobre nosotros como parte de una estrategia de supervivencia, a menos que seamos ingenuos.
Otra cosa que debemos tener en cuenta es que no somos sólo humanos, somos un
ecosistema (sólo nuestro cuerpo tiene diez veces más bacterias que células
humanas) y esta es la peor afrenta que debemos soportar después del
descubrimiento del inconsciente en los tiempos de Freud.
¿Será la última?
Deslizo
otra pregunta más inquietante que la anterior . . . ¿y si estuviéramos viviendo
en un zoológico espacial, incapaces de ver a quién nos mantiene
encerrados, quién controlaría a quién en este planeta perdido en la inmensidad del universo (¿o multiverso?)?